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La increible Buenos Aires

Ya me queda poco hilo en el carretel de mi paso por Buenos Aires. Esta ciudad que no para de asombrarme. Como para muestra sirve un botón, estaba sentado en un bar sobre la avenida Santa Fe, casi esquina Callao, probando la notebook que me regaló mi papá, Eduardo.
Estaba, como decía, sentado en una de las mesas del café Volta, leyendo los mails que me llegaron a mis casillas de hotmail y de yahoo, ya que en el diario no se puede abrir por políticas de seguridad de La Nacion.
Un hombre mayor que yo, con una boina escosesa, una camisa blanca con rayas muy finitas, apenas perceptibles y un pantalón de vestir gris oscuro se sentó en una mesa cercana, como mirándome. Sacó una hoja y un lápiz y empezó a trazar dibujos. De repente levanté la mirada y estaba dibujando un retrato. Llegó su pedido, un café con crema y un trozo de torta y continuó con su tarea.
Yo seguía leyendo y contestando algunos mails. Al rato, se levantó de su silla y se acercó a mi. Sin mediar palabras, me extendió su mano con el dibujo que había realizado en menos de diez minutos. Era un retrato mío. Me quedé en mi silla, desorientado. Me quedé observando el dibujo, bastante bueno, y al rato le agradecí. "Muchas gracias, está muy bueno", atiné a decir.
-Gracias, me dijo él mientras degustaba la torta que le había traído la moza.
Ahora, mientras estoy escribiendo estas líneas, el hombre está parado charlando con la moza...
Yo, que vine a probar el wi-fi de mi notebook, me iré a casa con un dibujo mío. ¡Con lo que a mi me gustan!

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